12 April, 2010

Cuentos para un amigo de la familia 4

Recuperación Apolítica

Cuando me bajé de la ambulancia supe inmediatamente que el trabajo no iba a ser fácil, algo en la fachada del edificio, o en la falta de ella, me indicaba que de este trabajo no iba a salir ileso. Tomé la escopeta automática y me puse el chaleco antibalas. Mientras José se preparaba con el equipo paralizador, los paramédicos bajaron por la puerta trasera de la ambulancia, sus caras palidecieron al verme por primera vez armado con la escopeta y el chaleco, por lo que con mucho cuidado trataban de colocarse detrás de mí al entrar al edificio.

El edificio era realmente viejo, debería tener ya casi un siglo. Era el típico edificio de la post-dictadura construido por inmigrantes italianos que trataban de imitar el canon “europeo” de la época, líneas de aluminio y elipses trataban de darle al edificio una imagen moderna, pero años de desidia y las constantes bombas de la guerrilla durante la guerra Gran Colombina apenas si le dejó fachada al edificio. Despacho indicaba que nuestro objetivo estaba en el cuarto piso y que si era posible que lo recuperáramos con vida.

Los implantes se dañaban menos.

Cuando José estuvo listo con la pinza y los dardos di la orden de entrar. Con cuidado me acerqué a la entrada, no sólo nuestro objetivo era peligroso, sino que tampoco teníamos idea de que tipo de sujetos habrían tomado este edificio. No es que la zona fuera especialmente mala, pero no quedó mucho de Altamira al final de la guerra, las fuerzas independentistas se refugiaron en esta zona y obviamente los Gran Colombinos le lanzaron todo lo que les quedaba luego de haber “liberado” Colombia y Ecuador, además parece que era una especie de símbolo por alguna razón que nunca he podido conocer. En el fondo se oía alguno de los discursos del General que era difundido por la “red pública de difusión urbana del mensaje Gran Colombino”, creo que seguía criticando el embargo internacional y prometía que se estaban planeando los nuevos programas sociales que acabarían con la pobreza en la Republica,

otra vez.

En el descanso del primer piso un grafiti me confirmó mis sospechas, una bandera de tres colores estaba pintada en la pared. Eso sólo podía significar una cosa: que en el edificio existía alguien tan valiente o tan estúpido como para seguir con la idea de un Departamento Bolívar independiente. Revisé el comunicador y le pedí a Despacho una térmica del edificio. Me lo descontarán del sueldo, pero prefiero ganar menos en este trabajo a que mi hija cobre mi seguro de vida.

Downloading.....

Detrás de mí se abrió una puerta, la cara de una mujer vestida con el atuendo de alguno de los grupos evangélicos que operan en la zona (bata unicolor y zapatillas blancas marca PASEO) pasó en un segundo de un estado apacible a uno de incredulidad absoluta al apuntarle con la escopeta. Con mucho cuidado puse mi dedo índice en frente de mi boca haciendo el signo de silencio, la mujer asintió, dejé de apuntarle, y la mujer bajó las escaleras apresuradamente. De nuevo el sonido de goteras y un discurso del General en el fondo llenaron por completo el pasillo, ahora hablaba sobre crear cooperativas para criar algas, o algo así.

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No gracias.

La térmica daba alrededor de tres personas en el cuarto piso y unas cinco personas más en el resto del edificio, aparte de nosotros. Me volví hacia el resto del grupo y vi como uno de los paramédicos asentía ante cada nueva promesa del discurso del General. Con señales de manos les indiqué lo que había visto en la termal por lo que Mario y Juan sacaron sus pistolas de emergencia, sólo uno de los paramédicos quedó desarmado. Al reanudar la escalada vimos como el edificio se llenaba de papeles y de equipos de comunicaciones, banderas de la época pre-guerra y adictos al Simstim que en un rincón sudaban frío mientras sus ojos desenfocados eran reemplazados por una conexión USB 2.8 en la frente que reemplazaban sus sentidos básicos. Sin vista, oído, gusto, olfato o tacto, los imbéciles babeaban el suelo mientras soñaban sueños eléctricos de playas en Estados Unidos del Oeste, surfeando con la última estrella porno.

Suena divertido, lástima que te tueste las neuronas.

En las escaleras del tercer piso me detuve, saqué mi pequeño espía remoto. Era del tamaño de una cucaracha y tenía patas que se pegaban a la pared, con el control podía manejarlo fácilmente y a través del visor podía ver lo que su cámara captara. Después de unos segundos de inicializar el sistema, la “cucaracha” estaba lista para reptar por el cuarto piso de aquel edificio. En unos segundos vi como este pasaba de un apartamento a otro hasta que en el tercer apartamento nuestro objetivo dormía plácidamente en un sofá mientras alguien escribía en una computadora algo sobre “Venezuela: el sueño posible”.

Faltaba uno.

Recuperé al espía y empecé el conteo: una patada a la puerta y dos disparos más tarde y nuestro escritor estaba en el piso con una pierna menos por la que preocuparse. Nuestro objetivo intentó pararse, pero José lo neutralizó con un par de dardos. En un par de segundos lo paramédicos empezaron su trabajo.

Faltaba uno.

En la pantalla del computador estaba lo que parecía ser un manifiesto político sobre la independencia del Departamento Bolívar, y en el piso su escritor gritaba sin cesar mientras los paramédicos liberaban los nanitos que le unirían la pierna de nuevo a su cuerpo.

“¡Traidores, Vende patrias, Venezuela libre!”

Luego de un culatazo de la pinza eléctrica ya sus palabras no eran tan fuertes ni tan coherentes, por lo que el silencio del discurso del General volvía al edificio, su excelencia hablaba ahora del “Golpe Tecnológico” y de cómo la Gran Colombia lo había derrotado. De los tecnológicos creo que este era el tercero que había derrotado, antes había sido un golpe ganadero, uno educativo y uno indígena.

El sonido de José cayendo al piso me hizo volverme hacia la puerta, vi como desde la entrada al apartamento un niño vestido con una gorra negra con estrellas en forma de arco disparaba con una Uzi III©, despedazándole un brazo a mi compañero mientras los paramédicos buscaban en el piso sus pistolas de emergencia. Giré en el piso y con mi escopeta disparé hacia la entrada, cuando los disparos cesaron no tuve el valor de ver el resultado de mi ráfaga de disparos de balas razas.

Por Dios, era sólo un niño.

- “¿Contento?”, preguntó el escritor que se recuperaba de la descarga.
- “Él disparó primero”, dije mientras al mismo tiempo lamentaba haber empezado algún tipo de conversación.
- “Maldito Generalista, ¿no recuerdas lo que era vivir en libertad?, sin nadie que te dijera que estudiar, o que ver, o como vestir”, empezó a llorar al ver la cantidad de sangre que bañaba el corredor del apartamento.
- “¡Él disparó primero!” respondí.
- “Si, mi hijo disparó primero” el llanto le impedía seguir, “¡Ojalá te hubiese dado!”.

Los médicos habían terminado de retirar el brazo implantado de Raúl Piñeiro, quien había dejado de pagar sus cuotas de pago por instalación y servicio. Me dieron la señal de listo y les di las instrucciones de evacuar. José podía caminar hasta la ambulancia.

“¡Esclavos del General!, ¡Carroñeros!, ¡Malditos Carroñeros que no les importa sino el dinero!” dijo esta vez mientras trataba de pararse. “¡Mataste a mi hijo!, ¡¿no recuerdas cuando éramos libres?!”

“Él disparó primero” fue lo único que pude responder mientras bajaba por las escaleras porque en realidad ya no me acordaba como era Venezuela antes de la guerra.

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